EBook Yo, Yo, Yo. La Araña en la telaraña

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Descripción

En el fondo de cada alma se encuentra el núcleo del ser que no se carga de culpa y que contiene la fuerza creadora del Creador. En resumidas cuentas, ésta es la herencia divina de cada ser puro. Como Dios está en el alma del ser humano, éste puede ser llamado un reflejo de lo divino.
Dios, el Creador, inspira y espira incesantemente. Él, la fuerza creadora, también es la energía evolutiva en los reinos de la naturaleza divinos, en las cuatro fuerzas creadoras de Dios: Orden, Voluntad, Sabiduría y Seriedad-. La fuerza creadora de Dios es en cada ser humano la fuerza de engendramiento y conservación, el principio Padre-Madre.
El engendramiento y el nacimiento de un hijo son procesos totalmente normales. Son el reflejo de la fuerza creadora de Dios. Pero quien transforma la fuerza de engendramiento y conservación en apetitos de los sentidos, peca contra le ley de la naturaleza, contra el principio Padre-Madre.
Con nuestros apetitos de los sentidos influimos sobre nuestros cinco sentidos. Con la clase de apetitos de nuestros sentidos, que son programas, estimulamos nuestros cinco sentidos y, a través de nuestros cinco sentidos, la totalidad de nuestro comportamiento, y de ello resulta nuestra forma de sentir, pernsar, hablar y obrar. Nuestro comportamiento, que se corresponde con nuestros sentidos programados, repercute entonces a su vez sobre los apetitos de nuestros sentidos. De esta forma se incrementa y condensa el mundo de nuestros programas, que una y otra vez somos nosotros mismos. Éste nuestro mundo de programas es nuestra herramienta creadora.
Si equiparamos los apetitos de nuestros sentidos con sexualidad, que entonces sólo nos sirve para satisfacer nuestros apetitos y para relajar nuestro sistema nervioso, estos son instintos pasionales. Con estos excesos desperdiciamos una cantidad inimaginable de energía creadora y obradora. Esto es un pecado contra la fuerza creadora y lleva a la pobreza de energía, con lo que nos volvemos perezosos, descuidados o degenerados. Con “degenerados” se califican aquí los programas compulsivos de lo inferior, de lo humano pecaminoso. La degeneración marca entonces por su parte nuestro carácter y nuestro cuerpo físico, de modo que hay quien de ello saca la conclusión de que el hombre procede del animal –por ejemplo del mono.
Nuestra herencia pecaminosa nos ciega y a menudo nos hace interpretar erróneamente los impulsos que provienen de nuestra alma. Entonces buscamos en una dirección equivocada.
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ISBN 978-3-89201-907-7